Sobre el gas mostaza y los citostáticos de la quimioterapia

Preguntas:

1) ¿Es cierto que los citostáticos de la quimioterapia son derivados del gas mostaza?

Sí, algunos citostáticos utilizados en quimioterapia son derivados del gas mostaza. En particular, las mostazas nitrogenadas, como la ciclofosfamida, ifosfamida, clorambucilo y melfalán, tienen su origen en investigaciones sobre el gas mostaza, un arma química utilizada en la Primera Guerra Mundial.

Durante la Segunda Guerra Mundial, se observó que la exposición al gas mostaza causaba una disminución en los glóbulos blancos, lo que llevó a los científicos a investigar su potencial para tratar enfermedades como el cáncer, en las que es necesario suprimir la proliferación celular. A partir de ahí, se desarrollaron compuestos con propiedades similares pero con menor toxicidad y mayor especificidad para las células cancerosas.

Estos fármacos funcionan al unirse al ADN e interferir en la replicación celular, lo que impide que las células tumorales sigan dividiéndose. Sin embargo, afectan también a células sanas de rápida división, lo que explica muchos de los efectos secundarios de la quimioterapia.

2) ¿Quienes inventaron el arma química basado en el gas mostaza?

El gas mostaza fue desarrollado como arma química por científicos alemanes a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En particular, el químico Fritz Haber, quien trabajó en el desarrollo de armas químicas para Alemania durante la Primera Guerra Mundial, fue una figura clave en la promoción del uso de sustancias tóxicas en la guerra, aunque no fue el inventor directo del gas mostaza.

El compuesto fue sintetizado por primera vez en 1860 por el químico británico Frederick Guthrie, pero su potencial como arma no se exploró hasta décadas después. En 1916, los químicos alemanes Wilhelm Lommel y Wilhelm Steinkopf desarrollaron un método eficiente para su producción en masa y lo introdujeron en el campo de batalla en 1917, durante la Primera Guerra Mundial.

El gas mostaza se utilizó por primera vez en la Batalla de Ypres (Bélgica) en julio de 1917, causando graves quemaduras, ceguera y daños pulmonares en las tropas expuestas. Su uso se extendió a lo largo del conflicto y fue posteriormente prohibido por el Protocolo de Ginebra de 1925, aunque algunos países continuaron desarrollándolo en secreto.

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